#1
Publicado: Dom Oct 05, 2008 7:38 pm
Hola a tod@s,
Hace ya tiempo que por motivos personales y profesionales no he podido conectarme en el foro. Estoy bien pero no dispongo de tiempo para dedicarme a él como antes, aunque no os olvido que es lo que importa.
Miguel ha salido a pasear a Lola y Natalia ha quedado con sus amigas. Me he quedado sola en casa y he sentido la necesidad de compartir con vosotros la historia de mi amiga Imma. Quiero que ella tenga un huequecito en mi foro, porque merece la pena estar junto a vosotros.
Imma es de Girona y tiene 31 años.
La conocí en el Hospital Vall d´Hebron hace dos años cuando me operaron por segunda vez. Los primeros días de post-operatorio no podía levantarme de la cama y permanecía en mi habitación. varias veces al día oía los gritos de una chica y veía a las enfermeras correr por el pasillo siempre en la misma dirección "es la Imma, es la Imma!", decían. Acto seguido acudían varios médicos y a los pocos minutos los gritos cesaban.
Mis primeros paseos por el pasillo eran muy lentos; me costaba mucho recorrer unos pocos metros. Caminaba encogida por culpa de mi enorme cicatriz (más de 40 grapas en mi abdomen), estaba triste y sin ganas de hablar con nadie. Al pasar por la habitación de Imma miraba en su interior. Allí estaba ella, tumbada en su cama, con varios aparatos en su cabecera y una sonda nasogástrica. Imma es muy guapa, tiene una cara preciosa. A veces estaba dormida y otras veces miraba hacia la puerta. Nuestras miradas se cruzaban pero yo estaba tan deprimida que ni siquiera le sonreía.
Los días pasaron pero sus gritos de dolor no cesaban. Las enfermeras y otras pacientes que venían a verme a mi habitación me contaron que era una chica muy joven que padecía neuropatía intestinal. Vaya, por aquel entonces yo también estaba diagnosticada con esa dolencia, un diagnóstico fallido como tantos otros. Ni comparación lo mío con lo suyo. Ella tenía completamente paralizado el aparato digestivo, llevaba un año sin comer por la boca.
Día tras día, paseo tras paseo, seguía mirando al pasar por la puerta de su habitación y allí seguía Imma, tumbada, sonriendo. Es guapísima.
Al cabo de 20 días hospitalizada tenía varias amigas-pacientes, solían venir a verme a mi habitación (tuve que estar una semana en reposo total por un serio problema que ya os conté, no quiero recordarlo). Me daban ánimos y me contaban sus extrañas patologías digestivas. Casos terribles. Mientras hablábamos de vez en cuando se oían los gritos de Imma; gritos que te hacían cerrar los ojos y llorar en silencio. Hablábamos de ella, de su enfermedad, de su coraje, de su valentía.
Un día, libre ya de los aparatos que me acompañaban en mis paseos, decidí entrar en su habitación. Imma estaba dormida, tenía el pelo recogido con una cinta, una sonda nasogástrica en funcionamiento. Tras el pijama azul del hospital se dejaba entrever un cuerpo delgado. Imma es alta, nada que envidiar a una modelo.
Me quedé quieta junto a su cama y empecé a acariciarle la mano. No la conocía de nada pero sentía que la quería muchísimo, a ella y a su familia. Imma vive en Girona y es maestra de niños desfavorecidos. Le encanta su trabajo y los niños le adoran. Sus padres venían a verla a días alternos. Ella les decía que no lo hicieran, que el viaje es una paliza y el hospital es agotador. En realidad no quería que la vieran así. Ella no les contaba todas sus crisis de dolor para que no sufrieran. Siempre sonreía y les decía “hoy he pasado un día mejor”.
Abrió sus ojos, me vió y nuevamente volvió a sonreir. Cómo estás?- me preguntó- me han dicho que te han operado y que has tenido muchos problemas postoperatorios. Ese fue nuestro primer diálogo, estuvimos hablando bastante, hasta que noté que su voz se debilitaba. A partir de entonces, pasé muchas horas junto a ella y junto a su madre.
Imma cayó enferma a los 22 años. Empezó con unas diarreas sin motivo alguno y su salud fue empeorando. Su aparato digestivo dejó de funcionar, las diarreas dieron paso a un pertinaz estreñimiento. Cuando su caso se escapó de las manos a los médicos de su ciudad, fue trasladada al Hospital Vall d´Hebron para estudiarla. A los 28 años ya no podía comer por la boca, su aparato digestivo no respondía. Le abrieron un catéter en el cuello y por allí se conectaba a una máquina desde donde recibía alimentación parenteral. La enviaron a casa con la máquina y estuvo un año más o menos bien. Se conectaba por la noche y el alimento le servía para el resto del día. Trabajaba en el colegio, salía con sus amigos, tenía novio; pero fuera a donde fuera no podía comer absolutamente nada. Fiestas de cumpleaños, comidas de Navidad, cenas con los amigos… nada, no podía comer nada. Se sentaba en la mesa y reía y disfrutaba como la que más. No estaba amargada, ni deprimida. Le había tocado a ella pero sabía que no era definitivo, se lo habían dicho en el Hospital y ella esperaba el día en que por fin su estómago y sus intestinos empezaran a funcionar.
Un día me dijo: “Macu, en el armario de mi cocina tengo unas tostaditas pequeñas que me guardo para el primer día que pueda comer. Me encanta el jamón serrano. Cuando llegue ese día me comeré un trocito de jamón con una tostada”.
Un año sin comer!. Sin probar algo dulce, algo salado, algo de lo que sea. Cómo se puede vivir sin esas sensaciones…
Imma es digna de envidiar. Tiene un ánimo increíble, sabe que tarde o temprano los médicos la curarán. Sabe que volverá a su vida de unos años atrás. Su juventud se paró a los 22 años pero no le importa porque se curará y recuperará el tiempo perdido, con su familia, su novio, sus alumnos.
En nuestras charlas me daba ánimos. En las charlas con sus padres les daba ánimos. En las charlas con las enfermeras les animaba. Imma es única.
Con su madre hablaba a escondidas, no quería que su hija supiera de nuestras conversaciones. Sabía que me habían diagnosticado neuropatía intestinal y me preguntaba por todo lo que yo sabía relacionado con esa enfermedad. Verdad que se está investigando mucho sobre esto? Verdad que algún día se descubrirá cuál es la solución y el tratamiento? Verdad que Imma se curará y dejará de sufrir?.... Sí, sí, sí, yo siempre que le contestaba que sí. Que la medicina avanza mucho, que descubrirán nuevos fármacos, que Imma se curará. “Macu, cuando te den el alta yo te seguiré llamando para saber si estás mejor y me cuentas las novedades que hayas escuchado, vale?, pero que no se entere Imma, eh?, ella no quiere que me preocupe tanto”.
Cuando me dieron el alta entré en su habitación, nos dimos un fuerte abrazo y prometimos llamarnos por teléfono.
Al mes siguiente me enteré que sus crisis de dolor se habían espaciado y que por fin podía levantarse de la cama. Me contaron que tuvieron que darle un tacataca para que anduviera por los pasillos apoyada. Había perdido tanto peso y tanta masa muscular que no podía ni aguantarse en pie.
Un día me llamó y me dijo que le habían dado el alta y que se iba a Girona, a casa, al cole. Estuvo un par de semanas, en ese tiempo nos escribíamos emails. Imma es una gran luchadora, no se rendía, sus emails derrochaban positivismo.
Luego recayó y volvió a ingresar. Estuvo 11 meses hospitalizada. Los dolores eran insoportables. Decidieron operarla y hacerle una colostomía, le colocaron una bolsa. Hablaba con ella para darle ánimos. Me dijo que todavía no aceptaba la bolsa, que aquello no formaba parte de su cuerpo, que no quería mirarse al espejo; pero también me dijo que teníamos que darle tiempo, que acabaría aceptándola. Rompió con su novio, él la quería, pero ella comprendía que no podía ofrecerle nada, no podía compartir su vida, una vida rota, con él.
Su recuperación fue nula. Decidieron volverla a operar, le colocaron otra bolsa. Dos bolsas colgando de su abdomen. Los dolores no cesaban. Cogió un fuerte virus hospitalario, sus defensas eran mínimas. La hospitalizaron en una habitación-burbuja, separada de todo y de todos. Los días pasaban, las semanas, los meses y su vida se limitaba a una cama de hospital, a fuerte analgésicos, a morfina.
Yo ya no sabía qué decirle cuando hablaba con ella. Era absurdo animarle diciéndole que la medicina seguía avanzando y que pronto se encontraría una solución a su problema; mentira. Simplemente me limitaba a repetirle una y otra vez que nunca había conocido a una persona con la fuerza que tenía ella, con su valentía, con su optimismo. Yo en su situación… buf, no quiero ni pensarlo.
Pero todo cambió. Un día le hablaron de la posibilidad de un trasplante de aparato digestivo. Cuando hablé con ella estaba feliz, sabía que por fin esta tortura se iba a acabar. Me dijo: voy a volver a recuperar mi vida. Sólo cabía esperar. Y una vez más salió a relucir su valentía; continuaron los meses de dolor pero no dejó de dar ánimos a los que le rodeaban, el transplante estaba cerca.
Su madre se sentía dichosa. Una madre no puede ver a su hija sufrir de esa manera durante tanto tiempo. Su padre tenía miedo: “la Imma está agotada…”.
El lunes llegó el trasplante. Un médico que realiza este tipo de operaciones en EEUU fue quien la intervino. La operación empezaba a las 20:30 y acababa a las 10 de la mañana. Cuando entró en quirófano se abrazó a su madre y le dijo: “mamá, ya está, ves no hay mal que cien años dure”. Su madre le besó.
Esta semana la llamé por teléfono. No me lo cogió ella, era su hermana. El corazón se me encogió. Cómo esta Imma?. Ella me contestó: Imma…. se ha muerto. Un ataque de impotencia me quemó el cuerpo; lloré desesperada y no pude seguir hablando.
No consigo olvidar esas palabras. Imma se ha muerto, Imma se ha muerto. Por qué? Por qué?. No puedo creérmelo. No quiero creérmelo. Tenía sólo 31 años y quería vivir.
Lucho tanto y tanto para seguir viviendo y….. ha muerto.
No puedo seguir escribiendo, me duele todo el cuerpo, me duele de pena. No os podéis ni imaginar que duro es este dolor.
Te quiero Imma, te quiero muchísimo. Estés donde estés, nos volveremos a encontrar y nos comeremos juntas esa tostadita con jamón que tanto anhelas.
Hace ya tiempo que por motivos personales y profesionales no he podido conectarme en el foro. Estoy bien pero no dispongo de tiempo para dedicarme a él como antes, aunque no os olvido que es lo que importa.
Miguel ha salido a pasear a Lola y Natalia ha quedado con sus amigas. Me he quedado sola en casa y he sentido la necesidad de compartir con vosotros la historia de mi amiga Imma. Quiero que ella tenga un huequecito en mi foro, porque merece la pena estar junto a vosotros.
Imma es de Girona y tiene 31 años.
La conocí en el Hospital Vall d´Hebron hace dos años cuando me operaron por segunda vez. Los primeros días de post-operatorio no podía levantarme de la cama y permanecía en mi habitación. varias veces al día oía los gritos de una chica y veía a las enfermeras correr por el pasillo siempre en la misma dirección "es la Imma, es la Imma!", decían. Acto seguido acudían varios médicos y a los pocos minutos los gritos cesaban.
Mis primeros paseos por el pasillo eran muy lentos; me costaba mucho recorrer unos pocos metros. Caminaba encogida por culpa de mi enorme cicatriz (más de 40 grapas en mi abdomen), estaba triste y sin ganas de hablar con nadie. Al pasar por la habitación de Imma miraba en su interior. Allí estaba ella, tumbada en su cama, con varios aparatos en su cabecera y una sonda nasogástrica. Imma es muy guapa, tiene una cara preciosa. A veces estaba dormida y otras veces miraba hacia la puerta. Nuestras miradas se cruzaban pero yo estaba tan deprimida que ni siquiera le sonreía.
Los días pasaron pero sus gritos de dolor no cesaban. Las enfermeras y otras pacientes que venían a verme a mi habitación me contaron que era una chica muy joven que padecía neuropatía intestinal. Vaya, por aquel entonces yo también estaba diagnosticada con esa dolencia, un diagnóstico fallido como tantos otros. Ni comparación lo mío con lo suyo. Ella tenía completamente paralizado el aparato digestivo, llevaba un año sin comer por la boca.
Día tras día, paseo tras paseo, seguía mirando al pasar por la puerta de su habitación y allí seguía Imma, tumbada, sonriendo. Es guapísima.
Al cabo de 20 días hospitalizada tenía varias amigas-pacientes, solían venir a verme a mi habitación (tuve que estar una semana en reposo total por un serio problema que ya os conté, no quiero recordarlo). Me daban ánimos y me contaban sus extrañas patologías digestivas. Casos terribles. Mientras hablábamos de vez en cuando se oían los gritos de Imma; gritos que te hacían cerrar los ojos y llorar en silencio. Hablábamos de ella, de su enfermedad, de su coraje, de su valentía.
Un día, libre ya de los aparatos que me acompañaban en mis paseos, decidí entrar en su habitación. Imma estaba dormida, tenía el pelo recogido con una cinta, una sonda nasogástrica en funcionamiento. Tras el pijama azul del hospital se dejaba entrever un cuerpo delgado. Imma es alta, nada que envidiar a una modelo.
Me quedé quieta junto a su cama y empecé a acariciarle la mano. No la conocía de nada pero sentía que la quería muchísimo, a ella y a su familia. Imma vive en Girona y es maestra de niños desfavorecidos. Le encanta su trabajo y los niños le adoran. Sus padres venían a verla a días alternos. Ella les decía que no lo hicieran, que el viaje es una paliza y el hospital es agotador. En realidad no quería que la vieran así. Ella no les contaba todas sus crisis de dolor para que no sufrieran. Siempre sonreía y les decía “hoy he pasado un día mejor”.
Abrió sus ojos, me vió y nuevamente volvió a sonreir. Cómo estás?- me preguntó- me han dicho que te han operado y que has tenido muchos problemas postoperatorios. Ese fue nuestro primer diálogo, estuvimos hablando bastante, hasta que noté que su voz se debilitaba. A partir de entonces, pasé muchas horas junto a ella y junto a su madre.
Imma cayó enferma a los 22 años. Empezó con unas diarreas sin motivo alguno y su salud fue empeorando. Su aparato digestivo dejó de funcionar, las diarreas dieron paso a un pertinaz estreñimiento. Cuando su caso se escapó de las manos a los médicos de su ciudad, fue trasladada al Hospital Vall d´Hebron para estudiarla. A los 28 años ya no podía comer por la boca, su aparato digestivo no respondía. Le abrieron un catéter en el cuello y por allí se conectaba a una máquina desde donde recibía alimentación parenteral. La enviaron a casa con la máquina y estuvo un año más o menos bien. Se conectaba por la noche y el alimento le servía para el resto del día. Trabajaba en el colegio, salía con sus amigos, tenía novio; pero fuera a donde fuera no podía comer absolutamente nada. Fiestas de cumpleaños, comidas de Navidad, cenas con los amigos… nada, no podía comer nada. Se sentaba en la mesa y reía y disfrutaba como la que más. No estaba amargada, ni deprimida. Le había tocado a ella pero sabía que no era definitivo, se lo habían dicho en el Hospital y ella esperaba el día en que por fin su estómago y sus intestinos empezaran a funcionar.
Un día me dijo: “Macu, en el armario de mi cocina tengo unas tostaditas pequeñas que me guardo para el primer día que pueda comer. Me encanta el jamón serrano. Cuando llegue ese día me comeré un trocito de jamón con una tostada”.
Un año sin comer!. Sin probar algo dulce, algo salado, algo de lo que sea. Cómo se puede vivir sin esas sensaciones…
Imma es digna de envidiar. Tiene un ánimo increíble, sabe que tarde o temprano los médicos la curarán. Sabe que volverá a su vida de unos años atrás. Su juventud se paró a los 22 años pero no le importa porque se curará y recuperará el tiempo perdido, con su familia, su novio, sus alumnos.
En nuestras charlas me daba ánimos. En las charlas con sus padres les daba ánimos. En las charlas con las enfermeras les animaba. Imma es única.
Con su madre hablaba a escondidas, no quería que su hija supiera de nuestras conversaciones. Sabía que me habían diagnosticado neuropatía intestinal y me preguntaba por todo lo que yo sabía relacionado con esa enfermedad. Verdad que se está investigando mucho sobre esto? Verdad que algún día se descubrirá cuál es la solución y el tratamiento? Verdad que Imma se curará y dejará de sufrir?.... Sí, sí, sí, yo siempre que le contestaba que sí. Que la medicina avanza mucho, que descubrirán nuevos fármacos, que Imma se curará. “Macu, cuando te den el alta yo te seguiré llamando para saber si estás mejor y me cuentas las novedades que hayas escuchado, vale?, pero que no se entere Imma, eh?, ella no quiere que me preocupe tanto”.
Cuando me dieron el alta entré en su habitación, nos dimos un fuerte abrazo y prometimos llamarnos por teléfono.
Al mes siguiente me enteré que sus crisis de dolor se habían espaciado y que por fin podía levantarse de la cama. Me contaron que tuvieron que darle un tacataca para que anduviera por los pasillos apoyada. Había perdido tanto peso y tanta masa muscular que no podía ni aguantarse en pie.
Un día me llamó y me dijo que le habían dado el alta y que se iba a Girona, a casa, al cole. Estuvo un par de semanas, en ese tiempo nos escribíamos emails. Imma es una gran luchadora, no se rendía, sus emails derrochaban positivismo.
Luego recayó y volvió a ingresar. Estuvo 11 meses hospitalizada. Los dolores eran insoportables. Decidieron operarla y hacerle una colostomía, le colocaron una bolsa. Hablaba con ella para darle ánimos. Me dijo que todavía no aceptaba la bolsa, que aquello no formaba parte de su cuerpo, que no quería mirarse al espejo; pero también me dijo que teníamos que darle tiempo, que acabaría aceptándola. Rompió con su novio, él la quería, pero ella comprendía que no podía ofrecerle nada, no podía compartir su vida, una vida rota, con él.
Su recuperación fue nula. Decidieron volverla a operar, le colocaron otra bolsa. Dos bolsas colgando de su abdomen. Los dolores no cesaban. Cogió un fuerte virus hospitalario, sus defensas eran mínimas. La hospitalizaron en una habitación-burbuja, separada de todo y de todos. Los días pasaban, las semanas, los meses y su vida se limitaba a una cama de hospital, a fuerte analgésicos, a morfina.
Yo ya no sabía qué decirle cuando hablaba con ella. Era absurdo animarle diciéndole que la medicina seguía avanzando y que pronto se encontraría una solución a su problema; mentira. Simplemente me limitaba a repetirle una y otra vez que nunca había conocido a una persona con la fuerza que tenía ella, con su valentía, con su optimismo. Yo en su situación… buf, no quiero ni pensarlo.
Pero todo cambió. Un día le hablaron de la posibilidad de un trasplante de aparato digestivo. Cuando hablé con ella estaba feliz, sabía que por fin esta tortura se iba a acabar. Me dijo: voy a volver a recuperar mi vida. Sólo cabía esperar. Y una vez más salió a relucir su valentía; continuaron los meses de dolor pero no dejó de dar ánimos a los que le rodeaban, el transplante estaba cerca.
Su madre se sentía dichosa. Una madre no puede ver a su hija sufrir de esa manera durante tanto tiempo. Su padre tenía miedo: “la Imma está agotada…”.
El lunes llegó el trasplante. Un médico que realiza este tipo de operaciones en EEUU fue quien la intervino. La operación empezaba a las 20:30 y acababa a las 10 de la mañana. Cuando entró en quirófano se abrazó a su madre y le dijo: “mamá, ya está, ves no hay mal que cien años dure”. Su madre le besó.
Esta semana la llamé por teléfono. No me lo cogió ella, era su hermana. El corazón se me encogió. Cómo esta Imma?. Ella me contestó: Imma…. se ha muerto. Un ataque de impotencia me quemó el cuerpo; lloré desesperada y no pude seguir hablando.
No consigo olvidar esas palabras. Imma se ha muerto, Imma se ha muerto. Por qué? Por qué?. No puedo creérmelo. No quiero creérmelo. Tenía sólo 31 años y quería vivir.
Lucho tanto y tanto para seguir viviendo y….. ha muerto.
No puedo seguir escribiendo, me duele todo el cuerpo, me duele de pena. No os podéis ni imaginar que duro es este dolor.
Te quiero Imma, te quiero muchísimo. Estés donde estés, nos volveremos a encontrar y nos comeremos juntas esa tostadita con jamón que tanto anhelas.
